Contexto ecológico

Las tierras mesoamericanas se localizan entre los 10° y 22° de latitud norte. Pertenecen a la región la zona central de México, el istmo de Tehuantepec, la península de Yucatán; Guatemala, Belice, El Salvador y la costa pacífica de Honduras, Nicaragua y Costa Rica hasta el golfo de Nicoya. Se trata de una combinación compleja de varios sistemas ecológicos. Michael D. Coe agrupa los diferentes nichos en tierras altas (aquellas situadas entre los 1000 y 2000 msnm), que son conocidas como altiplanos; y tierras bajas, con alturas cercanas al nivel del mar, que no rebasan los 1000 metros de altitud. En el primer grupo cabe destacar su gran diversidad climática, que va desde los climas fríos de montaña al seco tropical. Predominan, sin embargo, los climas templados con lluvias moderadas. En las tierras bajas predominan los climas subtropicales o tropicales, como en la costa del golfo de México y el mar Caribe.

Algunos de los valles de las tierras altas de Mesoamérica poseen suelos fértiles con vocación agrícola. Tal es el caso de los valles de Oaxaca, el de Puebla-Tlaxcala y de México. Sin embargo, su situación intermontana impide el paso de las nubes. Esta situación es especialmente crítica en los valles de tierra caliente de la Mixteca, quizá los más resecos de las tierras altas. Además de la escasez de lluvia, existen pocas corrientes hídricas, de caudal reducido. Las primeras investigaciones arqueológicas en Mesoamérica planteaban que el clima debió ser más benigno en el pasado. Sin embargo, con el paso de los años y con la profundización del conocimiento sobre la región, se sabe que el clima no debió ser muy diferente de lo que es ahora, aunque los ecosistemas muestran un grado de desgaste importante, ocasionado por la actividad humana. Buena parte de las tierras altas muestran evidencias de una temprana deforestación, y varias especies han desaparecido de sus antiguos hábitats.

Por lo tanto, las tierras altas de Mesoamérica, si bien no son extraordinariamente ricas, tampoco fueron demasiado pobres como para impedir el desarrollo de las altas culturas agrícolas de la antigüedad prehispánica. De hecho, su situación es similar a la de otras regiones del mundo donde ocurrieron procesos civilizadores tempranos, como el norte de Perú, o el valle del río Indo, en Asia. En estos sitios, como en Mesoamérica, los seres humanos debieron aprender a aprovechar al máximo los recursos de que disponían en sus nichos ecológicos. Los mesoamericanos de las tierras altas, como pueblos agrícolas, aprendieron a almacenar agua y a conducirla desde sus fuentes en las montañas hasta las tierras de labor. Quizá la más característica de las técnicas agrícolas de Mesoamérica fue el cultivo en chinampas, desarrollado en los lagos de la meseta Tarasca y especialmente en el valle de México, donde se conservan algunas zonas de chinampería en Xochimilco. Además, debieron aprender a contar el tiempo, puesto que el período en el cuál podían sembrar quedaba comprendido entre dos temporadas que amenazaban el buen término de las cosechas del principal cultivo -el maíz-: la temporada seca y caliente de inicio de primavera y las heladas invernales.

Muy otra era la situación en las tierras bajas. Especialmente en el sureste de la costa del golfo de México, las lluvias son demasiado abundantes. Las selvas tropicales de vegetación espesa cubrían buena parte de las llanuras costeras, y esto representaba un obstáculo para el desarrollo de la agricultura. En estos sitios, tanto la vegetación como el exceso de agua representaban un problema, por ello, los antiguos mesoamericanos idearon sistemas de drenaje, de los cuales hoy se pueden observar restos en la Chontalpa tabasqueña, donde subsisten los llamados camellones chontales.

Por otra parte, la fauna de que disponían los pueblos mesoamericanos no era fácilmente domesticable. Muchos milenios antes del inicio de la civilización de la América Media, las especies mayores de mamíferos que hubiesen podido ser domesticadas habían desaparecido por la cacería excesiva. Tal fue el caso del caballo y varias especies bovinas. Esto explica que los pueblos de la región carecieran de animales de carga y que la civilización mesoamericana fuese exclusivamente agrícola. Las únicas especies domesticadas fueron el xoloitzcuintle y el guajolote, pero nunca formaron parte importante de la dieta y la economía de la mayor parte de los mesoamericanos. No obstante lo anterior, las sociedades del área practicaban la caza de otras especies, ya como complemento de su dieta (venados, conejos, aves, numerosas órdenes de insectos), o como artículos suntuarios (pieles de felinos, aves de plumajes vistosos).

Dado que Mesoamérica se encuentra fragmentada en nichos ecológicos muy reducidos y diversos, ninguna de las sociedades que la habitaron en tiempos prehispánicos era autosuficiente. Por ello, desde los últimos siglos del período arcaico, anterior al Preclásico, los pueblos de la región se especializaron en la explotación de ciertos recursos naturales abundantes en y luego establecieron redes de intercambio comercial que subsanaron las carencias del medio ambiente. Los pueblos del Occidente, por ejemplo, se especializaban en la producción agrícola y de cerámica; los oaxaqueños producían algodón y cochinilla; de las costas provenía sal, pescado seco, conchas marinas y pigmentos como la púrpura; de las tierras bajas del Área Maya y del Golfo se obtenía cacao, vainilla, pieles de jaguar, aves preciosas como el quetzal o la guacamaya; del centro salía buena parte de la obsidiana que se empleaba en la fabricación de armas y herramientas.

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