Reformas económicas y de la enseñanza


Las dificultades para que la estructura social fuera capaz de solventar las situaciones de crisis en las epidemias y hambrunas de la época, llevaron a los ilustrados españoles a defender un nuevo concepto económico: el mercado debe ser abierto y debe desregularse de una parte de las normas del tráfico mercantil. Las primeras medidas fueron la eliminación de las trabas comerciales en el interior peninsular, la desaparición de los precios estables y controlados de muchos productos, fundamentalmente el trigo (1765) y la desvinculación, aunque solo parcial, de las propiedades a los mayorazgos improductivos.

Por otra parte se liberalizó parcialmente el comercio exterior, y totalmente con América en 1778, permitiendo la creación de compañías internacionales al modo de holandeses y franceses, que no tenían que pasar por la Casa de Contratación instalada desde 1717 en Cádiz. Se abrieron puertos en la península y América para el comercio libre. La irrupción de un nuevo modo de comerciar fue el más significativo hecho económico de la época y permitió la incorporación de los productos españoles a Europa (seda, lana, hierro, cobre, etc). Valencia, Barcelona y Bilbao se convirtieron en grandes puertos comerciales. Además, se unió Madrid con la red de puertos, y se crearon fábricas reales que introdujeron la elaboración de manufacturas a gran escala en una Castilla que, desde sus orígenes, tenía problemas para acceder al mar.

Uno de los efectos de este proceso fue la progresiva especialización productiva de las zonas de la península, no tanto en función de la economía interna, sino también de los intercambios con el extranjero. Este proceso se acentuaría en los siglos siguientes. La periferia de Castilla era comerciante; el centro, productor. Unas zonas estaban muy pobladas (Andalucía), otras apenas tenían población (Extremadura). Los puertos del norte allegaban los productos de toda Europa; el sur sólo podía abastecer su autoconsumo y cierta exportación interior de grano y aceite. A un lado el desarrollo hacia el Atlántico; al otro, hacia el Mediterráneo.

Otra de las preocupaciones del rey Carlos III fue aumentar la población de las zonas poco pobladas del interior de la península, para lo que creo una serie de poblaciones, principalmente con inmigrantes alemanes, como La Carolina o La Carlota (llamadas así en su nombre).

Carlos III fundó una serie de manufacturas de lujo; en Madrid, la de porcelanas del Retiro, la Real Fábrica de Tapices o la Platería Martínez; en la Granja de San Ildefonso, la real fábrica de cristales, pero también una gran cantidad de fábricas para producir artículos de consumo, como la de Paños de Ávila (cuyo edificio, al lado del río, ha sido recientemente destruido).

Consecuentemente con las necesidades de mano de obra especializada para estas manufacturas, se fundaron las escuelas de Artes y Oficios (que habrían de pervivir hasta bien entrado el siglo XX), en la mayoría de las ciudades importantes de España. No fue menos la Enseñanaza superior y se creó en Madrid el real Jardín Botánico, cerca del Retiro (sustituyendo al anterior, el de Migas Calientes, que estaba cerca del río Manzanares).

La corona promovió una serie de expediciones científicas a los territorios de ultramar, como las de Alejandro Malaspina, Celestino Mutis y otras.

También la Corona promovió la enseñanza militar, como la academia de guardamarinas de Cádiz, la Academia de Ocaña, así como otras en los teritorios americanos.

No hay comentarios: