Cultura

La construcción de la cultura mexicana es el resultado de un proceso histórico que implica relaciones de poder, intercambios pacíficos, asimilaciones de elementos culturales exógenos y reinterpretaciones de los elementos culturales preexistentes. Como es el caso de todos los países latinoamericanos, cuando México se liberó del dominio español, sus habitantes carecían de lo que se da en llamar identidad nacional. Quizá lo único que la mayor parte de los mexicanos compartían al momento de la independencia era el haber nacido en un territorio que pretendía ser un Estado, y la religión católica. Fuera de eso, los vínculos interregionales eran escasos y las identidades comunitarias y étnicas estaban muy arraigadas.

Asociados al triunfo de Revolución, aparecen nuevas maneras de concebir la identidad nacional. Uno de los pensadores clave en esta nueva etapa de la reflexión sobre lo mexicano es José Vasconcelos Calderón. Para este abogado, México era una suerte de "crisol" en el que confluían todas las razas. A la construcción de la cultura y de la historia del país habían contribuido lo mismo los europeos que los indígenas, los africanos que los asiáticos. Por lo tanto, los mexicanos por definición eran mestizos, culturalmente. Vasconcelos llamaba raza cósmica a la mestiza, aquella en que confluiría lo mejor de todos los pueblos del orbe. Su influencia se hizo sentir inmediatamente en todo el país a través de la labor de la Secretaría de Educación Pública. Desde 1920 hasta 1940, la educación en México fue empleada como uno de los mecanismos por los cuales se difundió la tesis del México mestizo.
La escuela se dio a la labor de construir un pasado compartido, que se reforzaba por los medios de comunicación. En especial, el cine contribuyó a la formación de ciertos estereotipos de lo mexicano, que fueron sumamente criticados en años posteriores. En este proceso de no más de tres décadas, la identidad mexicana era la del charro y la china poblana. Jalisco se convirtió por antonomasia en México, y su mariachi y jarabe tapatío, en música y baile nacional. El mole y el tequila fueron elevados a la categoría de platillo y bebida nacionales. Se creó lo que Taibo (1996) llama el santoral laico, en el cual estaban incluidos ciertos personajes de la historia como héroes, y otros tantos como villanos (Cuauhtémoc v. Cortés, Hidalgo v. Iturbide, Juárez v. Maximiliano...). El papel del Instituto Nacional de Antropología e Historia (I.N.A.H.) también fue importante: a éste correspondió el rescate del pasado de las grandes culturas prehispánicas, que el discurso oficial mexicano reclama como propio.

La selección de éstos y otros elementos culturales se hizo en detrimento de las culturas regionales. No fue sino hasta la década de 1990 que empezaron a cobrar fuerza los movimientos culturales de ciertas regiones del país, como es el caso de la Huasteca, el auge de la música jarocha, la emergencia de las literaturas indígenas. Esto llevó a elevar a rango constitucional la declaración de México como un país multicultural y multiétnico. La identificación de lo mexicano con los estereotipos enlistados arriba ha venido cediendo terreno. Ahora se argumenta que no hay una sola identidad nacional, sino varias, y que son pocos los símbolos que la identifican y establecen una comunidad entre las muchas expresiones de la mexicanidad. Lo que no ha desaparecido es el patriarcado que se traduce en machismo y sufren especialmente las mujeres mexicanas. A fines del siglo XX e inicios del XXI la formas más terribles de este machismo en el caso de las cientos de mujeres asesinadas en Ciudad Juárez, y en el acoso que recibió la periodista Lidia Cacho por parte de políticos y empresarios por una investigación sobre abuso sexual a menores, que publicaría en un libro, Los Demonios del Edén.

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